Gracias por dejarme aquel recuerdo de un clan llegando a ayudar a mi familia siendo yo apenas una pequeña Gacela.
Gracias por enseñarme a servir al prójimo sin pensar en recompensa.
S.L.P.S
V.R. Teresa López V.
El canto triste de un silbato
por Arturo Reyes Fragoso
En medio de una nube de polvo, los edificios B-4
y B-5 de la Unidad Juárez, en la colonia Roma,
se derrumbaron por la acción de 28 cargas de explosivos.
por Arturo Reyes Fragoso
En medio de una nube de polvo, los edificios B-4
y B-5 de la Unidad Juárez, en la colonia Roma,
se derrumbaron por la acción de 28 cargas de explosivos.
Excélsior, lunes 2 de diciembre, de 1985
El sol declina aquella apacible tarde de domingo. Los pocos autos que circulan por la avenida Cuauhtémoc encienden sus luces, mientras en una acera aledaña la gente sale de la función del cine Estadio. Algunos espectadores encaminan sus pasos a la estación del Metro, otros penetran en los puestos de tacos de los alrededores y sólo unos cuantos, como yo, caminan despreocupadamente entre las jardineras de los edificios, disfrutando del frescor de la inminente noche.
Todavía no termino de familiarizarme con los nombres de las calles: Huatabambo, Mérida, Córdoba. Apenas llegué hace dos días a la casa de mi tía, en los multifamiliares Juárez. Ya me acostumbraré, tengo las siguientes semanas vacacionales para aprenderlos bastante bien.
Después de deambular un rato, llego a donde se encuentran dos grandes explanadas. Algo no cuadra con el paisaje, dominado por las áreas verdes intercaladas entre los edificios de la Unidad y de pronto, bruscamente, estos espacios abiertos sin ninguna construcción, sólo el piso de concreto extendiéndose por cientos de metros cuadrados de superficie.
-Ahí estaban los edificios que se cayeron con el temblor- me dijo mi primo esa noche en el departamento –si te fijas, al centro de la Unidad hay otros claros como ésos. Eran otras construcciones que demolieron con explosivos por lo dañadas que quedaron.
La tarde siguiente estaba de nuevo en las explanadas. Imaginaba cómo debió verse el lugar. Traté de reconstruir en mi mente aquel sitio arrasado por el temblor; había visto las fotos en los periódicos y mi primo ya me había comentado algo al respecto. Creía tener enfrente las montañas de ruinas con la gente encaramada encima, enfrascada en las tareas de rescate de las víctimas atrapadas bajo los escombros.
En ese momento que lo escuché por primera vez.
Era el sonido de un silbato. No era de policía ni tampoco precisamente el de un cartero. Aunque empezaba a oscurecer, busqué con la vista al responsable de emitirlo, sin encontrar a nadie. Tal vez era un velador, pensé, olvidándome del incidente para encaminarme al departamento donde me aguardaban para merendar.
El sol declina aquella apacible tarde de domingo. Los pocos autos que circulan por la avenida Cuauhtémoc encienden sus luces, mientras en una acera aledaña la gente sale de la función del cine Estadio. Algunos espectadores encaminan sus pasos a la estación del Metro, otros penetran en los puestos de tacos de los alrededores y sólo unos cuantos, como yo, caminan despreocupadamente entre las jardineras de los edificios, disfrutando del frescor de la inminente noche.
Todavía no termino de familiarizarme con los nombres de las calles: Huatabambo, Mérida, Córdoba. Apenas llegué hace dos días a la casa de mi tía, en los multifamiliares Juárez. Ya me acostumbraré, tengo las siguientes semanas vacacionales para aprenderlos bastante bien.
Después de deambular un rato, llego a donde se encuentran dos grandes explanadas. Algo no cuadra con el paisaje, dominado por las áreas verdes intercaladas entre los edificios de la Unidad y de pronto, bruscamente, estos espacios abiertos sin ninguna construcción, sólo el piso de concreto extendiéndose por cientos de metros cuadrados de superficie.
-Ahí estaban los edificios que se cayeron con el temblor- me dijo mi primo esa noche en el departamento –si te fijas, al centro de la Unidad hay otros claros como ésos. Eran otras construcciones que demolieron con explosivos por lo dañadas que quedaron.
La tarde siguiente estaba de nuevo en las explanadas. Imaginaba cómo debió verse el lugar. Traté de reconstruir en mi mente aquel sitio arrasado por el temblor; había visto las fotos en los periódicos y mi primo ya me había comentado algo al respecto. Creía tener enfrente las montañas de ruinas con la gente encaramada encima, enfrascada en las tareas de rescate de las víctimas atrapadas bajo los escombros.
En ese momento que lo escuché por primera vez.
Era el sonido de un silbato. No era de policía ni tampoco precisamente el de un cartero. Aunque empezaba a oscurecer, busqué con la vista al responsable de emitirlo, sin encontrar a nadie. Tal vez era un velador, pensé, olvidándome del incidente para encaminarme al departamento donde me aguardaban para merendar.
...Continuara...
No hay comentarios:
Publicar un comentario