martes, 27 de octubre de 2009

El canto Triste de un Silpbato Parte III


El temblor nos agarró casi a todos todavía dentro de nuestras casas. Yo estaba en el baño lavándome la boca para irme a la escuela, cuando las cosas comenzaron a caerse de su lugar. El edificio crujía de forma espantosa y mirabas por la ventana cómo el paisaje se retorcía. De pronto se escucharon grandes estruendos; segundos después la tierra volvió a calmarse. Salimos a la calle conde nos dimos cuenta de todo. Frente a nosotros estaban los edificios derrumbados. Construcciones de más de diez pisos reducidos a una montaña de cascajo de solo unos metros de alto. Alcanzábamos a escuchar los gritos de las personas sepultadas abajo. Corrimos para escarbar entre los escombros, pronto se reunió una gran cantidad de personas en las labores de rescate.

Poco a poco llegaron más voluntarios a ayudarnos, luego vino la policía y el ejército. Avanzábamos muy lentamente, teníamos que retirar miles de toneladas de escombros con las manos. Muy pronto tuvimos noticias de toda la ciudad: el Centro Médico también estaba arrasado, igual Tepito, a lo largo de Paseo de la Reforma, el Centro; en toda la colonia Roma había muchos edificios derrumbados. El paisaje que nos rodeaba era desolador.

Las horas corrían y seguíamos removiendo escombros. La velocidad a que lo hacíamos era desesperante. Calculábamos que en el momento del temblor al menos habría en cada edificio quinientas personas. Suspirábamos de alivio y alegría cuando hallábamos alguien vivo; maldecíamos nuestra suerte cuando aparecía un cuerpo inerte. Llegó la noche y a mí me obligaron a descansar. Muchos de nosotros teníamos más de 20 horas trabajando sin parar. El ejército tenia acordonada la zona y ya había traído unas gruías de gran tonelaje al lugar, el cual hervía de gente; incluso muchos scouts vinieron de otras partes de la ciudad y hasta de los estados vecinos.

Pasé la noche en un albergue que instalaron en la escuela de al lado, ya que todos los edificios de la Unidad fueron evacuados. Traté de dormir pero me fue imposible, créeme, es difícil conciliar el sueño cuando sabes que a sólo unos metros la gente se está muriendo. Alcancé a escuchar que otro de los edificios podía derrumbarse en cualquier momento. Así transcurrió la primera noche.

Al día siguiente continuamos trabajando. Fue hacia media mañana cuando lo oímos: eran un SOS con silbato scout que salía entre los escombros. Entonces lo supimos: ¡Era Lalo! Ése era el edifico donde vivía nuestro jefe de tropa. Pese a la confusión, todos pensábamos que había alcanzado a salir rumbo a la universidad donde estudiaba, que estaría ayudando en otro sitio, ¡carajo, que estaría en cualquier otro lado! No ahí dentro. Seguro acaba de encontrar su silbato y ahora lo empleaba para que lo localizáramos. Inmediatamente nos lanzamos a la búsqueda del punto don se escuchaba más cerca aquel sonido y comenzamos a escarbar. Lalo emitía la señal de auxilio a intervalos regulares, pero el sitio donde se encontraba lo obstruían dos lozas de concreto de varias toneladas de peso trajeron un taladro y varios marros, mientras los demás tratábamos de encontrar otro camino para llegar a él. Así transcurrió ese día.

Entonces vino el segundo temblor. Todos los que estábamos en las tareas de rescate salimos disparados a buscar refugio en previsión de que se vinieran abajo los edificios de al lado.

Temíamos por los que estaban todavía atrapados.

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