Sentimos un gran alivio cuando volvimos a escuchar el silbato.
Amanecía y no podíamos sacar a Lalo de ahí. Llevaba 48 horas sepultado sin probar agua ni alimento; las llamadas de auxilio empezaron a hacerse más esporádicas. Todo el grupo se había sumado a la labro de rescate. A cada minuto que pasaba se perdía las esperanzas.
Por último, como anunciando el fin, escuchamos un último silbatazo. No fue un sos como los anteriores sino una llamada de reunión; una despedida con la cual el jefe de tropa convocaba a sus muchachos, con la certeza de nunca más volverlos a reunir. Todos nos estremecimos con aquel sonido fuerte y pronunciado, que poco a poco fue extinguiéndose hasta reinar un silencio sepulcral.
Todavía continuamos la remoción de escombros, pero algo nos decía que ya era inútil. Lo encontraron hasta tres días después con uno de los perros que trajeron los rescatistas franceses.
Hizo un largo intervalo para tomar aire.
Pero Él continúa aquí. Es Lalo quien silba durante las noches, recordándonos lo que pasó. Él es quien hace que todo lo ocurrido durante esos días de septiembre viva dentro de nosotros, desde entonces y por siempre.
Mi primo terminó la historia del silbatazo. Estaba exhausto, pero su rostro se mostraba inexpresivo, quizás porque ya la había contado muchas veces, quizás porque ya no tenía lágrimas para llorar. Tomamos el camino rumbo al departamento.
Todavía escuché una vez más aquel silbato antes de marcharme de los multifamiliares Juárez. Lo oí durante varios segundos: largo-largo-corto-largo-corto-largo-corto-largo-corto. Su sonido me quedó grabado por siempre. Ya no era sólo un silbatazo, era como una especie de canto. Un canto que encierra todo l dolor y tristeza de alguien que sabe que ya nadie acudirá a su llamado, y sin embargo seguirá insistiendo por el resto de los días.
He llegado a regresar a la ciudad de México en algunas ocasiones más. Todavía se deja escuchar aquel silbato. Cada vez que lo oigo no puedo contenerme y me suelto a llorar.
[1987]
Llegamos al final de este relato, el cual tome prestado. No fue casualidad que lo posteará justo hoy.
Un beso y ánimo,
No es más que un hasta luego,
no es más que un breve adios
muy pronto junto al fuego
nos reunirá el Señor
Fuente bibliográfica:
Reyes Fragoso, Arturo
“Cuentos de una noche de campamento”
Edición revisada.
Tercera edición
México D.F. 1999
Por último, como anunciando el fin, escuchamos un último silbatazo. No fue un sos como los anteriores sino una llamada de reunión; una despedida con la cual el jefe de tropa convocaba a sus muchachos, con la certeza de nunca más volverlos a reunir. Todos nos estremecimos con aquel sonido fuerte y pronunciado, que poco a poco fue extinguiéndose hasta reinar un silencio sepulcral.
Todavía continuamos la remoción de escombros, pero algo nos decía que ya era inútil. Lo encontraron hasta tres días después con uno de los perros que trajeron los rescatistas franceses.
Hizo un largo intervalo para tomar aire.
Pero Él continúa aquí. Es Lalo quien silba durante las noches, recordándonos lo que pasó. Él es quien hace que todo lo ocurrido durante esos días de septiembre viva dentro de nosotros, desde entonces y por siempre.
Mi primo terminó la historia del silbatazo. Estaba exhausto, pero su rostro se mostraba inexpresivo, quizás porque ya la había contado muchas veces, quizás porque ya no tenía lágrimas para llorar. Tomamos el camino rumbo al departamento.
Todavía escuché una vez más aquel silbato antes de marcharme de los multifamiliares Juárez. Lo oí durante varios segundos: largo-largo-corto-largo-corto-largo-corto-largo-corto. Su sonido me quedó grabado por siempre. Ya no era sólo un silbatazo, era como una especie de canto. Un canto que encierra todo l dolor y tristeza de alguien que sabe que ya nadie acudirá a su llamado, y sin embargo seguirá insistiendo por el resto de los días.
He llegado a regresar a la ciudad de México en algunas ocasiones más. Todavía se deja escuchar aquel silbato. Cada vez que lo oigo no puedo contenerme y me suelto a llorar.
[1987]
Llegamos al final de este relato, el cual tome prestado. No fue casualidad que lo posteará justo hoy.
Un beso y ánimo,
No es más que un hasta luego,
no es más que un breve adios
muy pronto junto al fuego
nos reunirá el Señor
Fuente bibliográfica:
Reyes Fragoso, Arturo
“Cuentos de una noche de campamento”
Edición revisada.
Tercera edición
No hay comentarios:
Publicar un comentario